La Boda de los Príncipes de Asturias: una tormenta de elegancia y emociones

El 22 de mayo de 2004, hace ya siete años, se celebraba en la Catedral de la Almudena, en Madrid, la boda del Principe de Asturias, Felipe de Borbón, con la entonces periodista Letizia Ortiz, a quién yo entrevisté por casualidad en Oviedo, en octubre de 2003 cuando, tanto ella como yo, (en distintas dimensiones mediáticas) cubríamos la información de los Premios Príncipe de Asturias, en concreto, en el Hotel de la Reconquista.
¡Quién me diría que, algo menos de un año después, desfilaría ante mí y el resto de los periodistas, sus ya ex compañeros, como Princesa de Asturias!
Con motivo de esa entrevista, acudí a diversos platós de televisión, a nivel nacional, y la noche anterior a la boda, que yo cubrí para la emisora para la que trabajaba, Radio Vetusta, y para el periódico en el que colaboraba en mi crónica La Lupa, La Voz de Asturias, fuí invitada al programa de Tele 5 Salsa Rosa, que con motivo de la boda principesca, había doblado su horario de emisión y extendido al viernes anterior al enlace.

El Mercedes de Producción acudió a buscarme a donde estaba alojada y en él se encontraba también camino de Tele 5 Carlos García Calvo que me pareció un tipo muy divertido.

Mi postura, emocionada como estaba por el hecho de haber entrevistado fortuítamente a la que sería la novia y esposa del Príncipe de Asturias, era la de defensora total de la figura de Letizia Ortiz.
En el plató, Santi Acosta coordinaba las intervenciones de los habituales colaboradores, entre ellos el elegante comunicador Pepe Calabuch, el personalísimo Jaime Peñafiel, Ángela Portero, o Beatriz Cortázar, entre otras figuras del mundo del espectáculo como Mayra Gómez Kemp, o Mónica Randall que me sucedieron en el turno de intervenciones (?¿) y el propio Jorge Javier Vázquez, por entonces colaborador del programa quién, sentado a mi lado, me inquirió que porqué no le había preguntado a la entonces periodista Letizia Ortiz si el Príncipe de Asturias le parecía guapo, a lo que yo le contesté que el programa que yo dirigía no iba en esa línea, sino que más bien era informativo, de entrevistas a premiados, personalidades y colegas de profesión.

Mi intervención se redujo a contar mi testimonio como periodista, ya que debieron de ver que en mi aportación al programa no les ofrecía los matices que quizás les hubiera interesado para la audiencia, así que, al día siguiente, que tocaba madrugar para ir a cubrir la boda, pude despertarme sin estar demasiado cansada por haber dormido poco.


Se nos convocó a los periodistas en el Palacio de Congresos y Exposiciones, donde acudí pertrechada de impermeable, paraguas mini, gorro de agua, cámara fotográfica, dos teléfonos móviles, libreta, prismáticos, etc, etc...Allí se nos facilitó la acreditación que nos serviría para clasificarnos y ubicarnos en el punto de información.
El día, sin ser frío, se presentaba lluvioso y algo desapacible. En el autobús de ida a la Almudena, expectativas y escepticismos. Cotilleos y silencios. Había periodistas de varios países del mundo, sobre todo, latinoamericanos.


A mí me tocó estar pool de prensa al descubierto, de frente a los invitados de la realeza y del gobierno, ya que el pool era, en gran mayoría, para los gráficos. Allí me encontré, como se ve en la foto, a Jesús Mariñas, cargado con su habitual bolsa de cámaras. En el trato directo y leve de la mañana, no percibí esa fiereza de la que se percibe en sus intervenciones mediáticas, sino más bien, una fina ironía gallega cargada de largos años de contiendas entre famosos y personajes de todo tipo.


Para cubrir el evento radiofónicamente, ante la imposibilidad de clonarme en dos (mejor hubiera sido) produje días atrás mi programa de radio que trataría el tema de la boda desde principio a fin, dejándolo preparado y atado en todos los aspectos, y amén de los estupendos invitados que había conseguido hacer venir, un sábado de Boda, entre los que se encontraba el subteniente Fernández Cid, todo un experto en heráldica, vexilología y condecoraciones militares, para que nos descifrara las mismas que lucían en los trajes de las testas coronadas y de sus esposas, dejé al frente del programa a una persona de Radio Vetusta, la entonces "jefa de Informativos" que, en el momento de la salida de los Príncipes de Asturias, prefirió, en vez de darme paso inmediatamente, seguir hablando en directo para los oyentes, con una periodista amiga suya a la que había llamado por iniciativa propia, para que también interviniera en el programa, y que le estaba contando el paso "a mejor vida" que había experimentado al dejar la profesión y ejercer de ama de casa.
El técnico de sonido (que no lo era) y que, gratis, ejercía ese momento los mandos del control, y que obviamente estaba conchavado con quién estaba al micro en el estudio, no me dió paso y tuve que narrar la salida de la Catedral con las campanadas y el Rolls alejándose ya hacia el Palacio Real.
Eso es lo que se llama "ser unos profesionales de los pies a la cabeza".

                             

Pero aparte de este afeamiento que me estropeó a mí y a los oyentes, el momento más importante de la retransmisión, ya que era lo único que yo podía ver y narrar desde el exterior, y que se me escapa totalmente a mi tarea de producción y conexión desde el punto en el que me encontraba, he hecho este post para recordar brevemente, sobre todo, la llegada de los invitados, los de más alcurnia (reyes y reinas, príncipes y princesas, dirigentes políticos y demás familia de la realeza).

Qué elegante la Familia Real española! Yo destaco el tipazo y el tronío de la Infanta Elena.

                                      

La llegada de Carlos de Inglaterra, solo, con el chaqué gris y esa elegancia natural que destila al pasear (porque lo suyo fue un paseo), con ese toque a los gemelos de su camisa que utiliza como pose en los espacios abiertos, y esa figura pequeña y compacta, real y con siglos de sangre real por sus venas, fue, para mí, el invitado de los más elegantes de la Boda.

                                   

Desfile, más que paseo, el de la princesa Carolina de Mónaco, enfurruñada en su Chanel azul y con el pelo casi sin peinar, soportando su soledad ante los medios, tras la noche movidita que parece ser tuvo su entonces marido Ernest de Hannover. A su paso, algunos gráficos la arengaban en francés.
                                                                               
                                 

                                     

La belleza árabe de la reina Rania de Jordania, con su dos piezas tan imitado después en las bodas de provincias.
Los Chaneles de las esposas de los Bulgaria: Myriam, Carla,...y de gran parte de las invitadas.
Las joyas, maravillosas, de muchas de ellas.
Los Blanik de muchas de ellas (según un periodista argentino que estaba muy puesto:"hay miles de euros aquí en zapatos...").
Las llamadas de atención que hacían mis compañeros fotógrafos, para que las personalidades posaran o miraran a cámara.
Los tonos empolvados de algunas señoras y los vivos magentas, rojos, rosas, verdes, de otras.
La alfombra roja, que rezumaba agua. Los alabarderos achicándola.
La tromba que cayó, con rayos y truenos, sobre la Plaza, que hizo que, periodistas y pueblo llano nos apiñáramos en los pórticos de la plaza, observando en las pantallas gigantes, el momento del sí y la mirada brillante de la Princesa Letizia.
La no retransmisión de la salida de los Príncipes de Asturias de la Catedral de la Almudena bajo el túnel de sables de la Guardia Real.
La partida del Rolls bajo la tozuda lluvia con la expresión descifrada por quiénes la vieron mejor en sus teleobjetivos como "algo triste" de la Princesa de Asturias. (No me extraña...¡caían los chuzos de punta!)

La alegría de la gente, mezclada con las lamentaciones por el mal tiempo.
"Novia mojada, novia afortunada" se repetían para su consuelo. O, ¡ay, qué lluvia tan asturiana! Imagino para la desesperación de la ya Princesa Letizia.
Los gráficos, que desaparecieron como por ensalmo del pool, dejando todo aquello lleno de tubos de película y material fotográfico de deshecho.
Y por fin, una tregua. Las nubes, con un rayo de sol de fondo, presenciando el ir y venir de los autobuses de ALSA que traen y llevan a los invitados de la Catedral al Palacio Real, apenas un kilómetro que iba a ser recorrido, tanto por la Familia Real, como por todos, sobre la larguísima alfombra roja.
Otra vez desfile de mágico glamour real. En esta ocasión, de todos los invitados.
Elegancia, lujo y sofisticación en las puntillas de los pies de las señoras para evitar estropearse los carísimos zapatos por el agua caída.
Gaitas asturianas tocando con bravío y la bandera del Principado de Asturias con la Cruz de la Victoria ondeando como bienvenida a los recién casados.
Ahí imagino que la Princesa Letizia comenzó a demostrar su dominio de las emociones, aunque me han comentado que le atisbaron una lágrima en sus mejillas. No me extraña!
Beso en el balcón. La gente aclamando.
Me cuelo en la Catedral de la Almudena. Los pilares, las columnas, el altar, todo lleno de flores, ya vacío de gentes y brillos. Las luces apagadas. Sólo la del sol, entrando por el pórtico.
El personal de Casa Real que se había encargado de asistir en la Catedral a la Familia Real, ya un tanto relajados por haber finalizado sus obligaciones. Les hago fotos. Hablamos con simpatía.
Sobre los asientos, con un letrerito blanco, las asignaciones de sitio a los reyes y príncipes y personalidades que acudieron. Cogí varios de ellos y los guardo como recuerdo.
También tomé algún ramo de flores con algo de paniculata que guardo en un cajón. Había que tener cuidado con los estambres, llenos de polen.
La vuelta, también en autobús.
La caballería de la Policía Nacional protege los jardines del Campo del Moro, tras el Palacio Real. Los caballos de capa negra y brillante, impresionantes.
Me encuentro en el bus con mi antiguo compañero en Radio Asturias, el adorable Fruela Zubizarreta, con el que intercambio impresiones.
Comentarios de todo tipo; entre los periodistas que nos tocó el pool al descubierto, agotamiento por haber trabajado bajo la lluvia. Los más afortunados, resaltando la seriedad y poca emotividad de la ceremonia.
Para algunos, una experiencia más, intensa y nueva, pero otra más.
Para mí, una experiencia única, cuya sucinta crónica, hecha con el paso y el poso del tiempo, he querido compartir con todos vosotros.

                                                                             

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